Comentario
Capítulo LXXXIX
Donde se dirá el casamiento del príncipe y capitán Topa Amaro, con un admirable suceso que le acaeció con la ñusta Cusi Chimbo, su mujerYa queda dicho cómo este valeroso Tupa Amaro Ynga fue hijo de Pachacuti Ynga Yupanqui, y hermano de Tupa Ynga Yupanqui, y nieto, por línea recta, de Viracocha Ynga, Rey y Señor que fue deste Reyno occidental del Pirú y de las cuatro provincias de Chinchaysuio, Contesuyo, Antisuio y Colla Suyo, como ya queda dicho en su historia, y por sucesión recta vino heredar el dicho Reino Rupa Ynga Yupanqui, el cual, estando en la gran ciudad del Cuzco, cabeza de todo este dicho Reino, haciendo un templo, como se dijo en la vida de la coya Mama Ocllo, su mujer, en la fortaleza tuvo grandes portentos, y pronósticos en las planetas del cielo, en señales de la tierra mares y elementos de esta región, que prometían grandes presagios de graves males, venideros en todo este dicho reino. Como Tupa Ynga Yupanqui tuviese deseo de saber el fin que habían de tener estas señales, convocó sus magos, agoreros, encantadores, y hechiceros, sin que quedase ninguno en su imperio, para que todos juntos, con obligaciones y sacrificios, presumiendo que estaban indignados sus dioses, les aplacase, con deseo de que alguno de los oráculos declarase algo de lo que pronosticaban aquellas señales. Juntáronse, conforme su uso, con gran solemnidad y ceremonia a hacer tantos y tan diversos sacrificios, que grato el demonio, respondió, por uno de los ídolos, que vendría tiempo en que el mar meridiano del Sur echaría de sí en estas costas del Perú una gente incógnita e invencible, barbuda, que es la gente española, por mano de los cuales habían de venir grandes ruinas a estos Reinos, a sus personas y haciendas, sometiéndolos a perpetuo yugo de sujeción y servidumbre, trayéndolos a tanto extremo que de los señores príncipes y Reyes Yngas, no había de quedar ni aun memoria. Oído pues por el valeroso Rey Tupa Ynga Yupanqui, llamó luego a Cortes y consultando con los grandes consejeros orejones de su Real Consejo, acordaron, para prevenir a semejantes daños, de hacer un templo en Quinticancha, donde al presente está el convento de nuestro Padre Santo Domingo. Después de haberlo consagrado al Sol, y puesto en él una figura suya de oro, se llamó Curicancha, la cual cogió Manso Sierra y cuando entraron los españoles, y la jugó. Todo esto prevenido, estuvo algunos días Tupa Ynga Yupanqui y suspenso, y pudo tanto en él la imaginación deste presagio, que le dio una tan grave enfermedad que fue forzoso, por orden de sus médicos hambicamayos, llevarle a un regalado templo, que está un cuarto de legua de la dicha ciudad del Cuzco, que al presente es de el convento de Nuestra Señora de las Mercedes, en cuyo sitio y tierras, que son muchas y abundantes, siembran los yanaconas del dicho convento. Donde, por orden de la coya Mama Oclla, su mujer, oró un gran hechicero, pontífice del Ynga, llamado Villa Oma, a sus ídolos, consultándolos y preguntando a su modo y con humildad si moriría su Rey y Señor Tupa Ynga Yupanqui de aquella enfermedad. Esto no sin sacrificios, porque hubo gran multitud de niños y otros géneros, que a su modo usaban, por lo cual le respondieron sus oráculos que no moriría, que es como decir mana huañunca, y desde entonces se le quedó a aquel sitio y asiento este nombre, y el día de hoy se llama así.
Por la variedad con que los indios cuentan un admirable suceso, que acaeció al famoso Príncipe Tupa Amaro en este asiento, conviene ir siguiendo por diversos caminos a la verdad del caso, y por acabar con la brevedad posible, tan amiga de los sabios y discretos, aunque será con dificultad, por haber tanto tiempo que sucedió, y estar en quipos antiguos que los Yngas tenían, que son unos cordeles con mucha variedad de colores y nudos, donde ellos asentaban sus hechos y sucesos, y por haber pocos en este tiempo que entienden, por ser diferentes, los que ahora ellos usan, y ser la lengua de esos indios tan estrecha y falta de vocablos, para haber de convertir y declarar en una tan amplísima como esta nuestra, determiné estrechar en algunas partes y alargar en otras la profundidad deste suceso. Y al fin vine a que tuviese efecto el declarar lo que decían en los cordeles y quipos, que estaban con otros donde trataban cosas pasadas e historias y sucesos de sus antepasados de todo este dicho Reino del Pirú, y en los de este capitán y Príncipe Tupa Amaro decía así:
Tupa Amaro Ynga, nuestro Príncipe, fue hijo de Pachacuti Ynga el cual, siendo capitán en tiempo de su padre, conquistó muchas tierras, tantas que se echaba bien de ver la sangre real que tenía. Fue valeroso, prudente y sagaz, pues como estuviese su hermano Tupa Ynga Yupanqui en el asiento de Mana huañunca, parecióle no ser justo dejarle en tan grande enfermedad y peligro; y, así fue con él, y el tiempo que estuvo ausente del Cuzco se ejercitó en algunos juegos, y en particular en el del atapta que es como a las tablas Reales. Esto no menos que con los orejones tíos suyos, y otros señores, principales, tan libre de pena y apartado de los accidentes amorosos, que no parecía reinar en él la juventud. Llegáronse a ver el juego unas ñustas, doncellas de su cuñada la coya Mama Ocllo, que eran como damas de la Reina; no estaba el Príncipe tan embebecido en el juego que no alzase los ojos a mirar a las ñustas, y como el amor dicen que es un no sé qué, que entra por los ojos y se asienta en el corazón, luego de improviso se sintió Tupa Amaro herido de los amores de una de ellas y de la más hermosa, llamada Cusichimpo. Dejando el buen amante su entretenimiento y juego, por parecerle que el que empezaba el amor le sería de más gusto, se apartó por no dar muestra delante de tanta gente de lo que dento en su pecho sentía. Por entonces disimuló, como Príncipe tan sagaz y discreto, hasta que otro día halló ocasión para poderse ver con ella. Mucha licencia le daba el estar dentro del Palacio, donde jamás por él hubo puerta cerrada, por ser tan querido del Ynga su hermano. No sin vergüenza llegó a decir su cuidado a la descuidada ñusta, que con un desdén atrevido desdeñaba las discretas razones del desfavorecido amante, descubría con un amoroso descuido sus hermosos pechos y, a veces, dejándoselos tocar, se reía, y aunque el Ynga fingía no estar en el caso, no por eso dejaron las crueles saetas de hacer su oficio, en daño del amante, por lo cual no cesó de regalarla con melosas palabras, y según el fuego que abrasaba, aunque desfavorecido, le favoreciera sin duda con grandes obras. Todo era hielo para el empedernido corazón de la ñusta, que tan de veras despreciaba el verdadero amor de tan valeroso príncipe, el cual, considerando su desdicha y viendo el sobrado rigor de su querida ñusta, humedeciendo los tristes ojos, determinó de irse perdido por donde su fortuna le guiase. Aún no tres cuadras deste dicho asiento llegó a un manantial, donde se asentó a llorar su triste suerte y, tras de un ardiente suspiro, dijo las palabras siguientes: husupa husupacac husupacainimpi husuc husutimpas yman husun, que es como decir en nuestro vulgar el perdido que es perdido que de perdido se pierde, ¡que se pierda, que se pierda! Casi fue junto con decir estas palabras su determinación de irse perdido, y lo pusiera por obra si no le apareciera una arañuela, que llaman estos indios cusi cusi, y la tienen por buen agüero, como lo fue para este triste amante. Estándola considerando vio venir, por entre las olorosas flores y verdes yerbas que cercaban el hermoso manantial, dos culebras queriéndole tomar, aunque la hembre rehusaba huyendo por diversas partes; el astuto animalejo se fue a buscar una flor y hallándola, volvió con ella, y en tocando a la hembra se estuvo queda, porque en esta flor quiso la naturaleza poner esta virtud. Visto pues por el Ynga un suceso tan extraño y admirable, y tan a medida de su deseo, dejó ir las culebras y, lleno de gozo y contento, cogió la hermosa y blanca flor, diciendo: dichoso y feliz día ha sido éste para mí, pues he hallado eficaz remedio y saludable medicina para mi mal. Con esto y con la venturosa flor, volvió adonde su cruel y querida ñusta estaba, y luego que se vio con ella, la toca con la dicha flor y la hermosa ñusta sintió al punto sus efectos, hallando herido su corazón con tan oculta saeta, porque era imposible que dejase de obrar la virtud que esta flor tenía, quedando como arrebatada y fuera de sí, condenada su crueldad, aunque con la regalada vista del ya querido Ynga, le parecía perdonar su yerro, por lo cual volvió los ojos a el que tenía el mejor lugar en su alma, y así determinó decirle lo que su aflijido corazón sentía. Tupa Amaro, como discreto y sagaz, alcanzó los lances por donde amor quería que ganase el juego y, desmemoriado de la crueldad pasada, considerando el bien que su fortuna le prometía, dio oídas a la dulce voz de su querida ñusta. Después de haber deliberado cada cual este tan extraño caso, se quedaron admirados por un breve espacio, mirándose el uno al otro, aunque reparando en el buen suceso que había de tener. Se asentaron a la sombra de un árbol y recostado el Príncipe en el regazo de su querida ñusta, dio su cansado cuerpo al sueño, en el cual le sobrevinieron algunas ficciones, con que despertó, diciendo en alta voz: prolijo y enemigo sueño, no serás ahora impedimento para que deje de gozar lo que tanto mi alma desea, y con esto dieron fin a su deseo. Como siempre fue verdadero su amor, los dos amantes se casaron, con que floreció su esperanza. Deste suceso tomaron nombre, el príncipe llamándose Tupa Amaro, por amor de las culebras que se llamaban así, y el manantial colque machacuai que significa culebras de plata, por un templo que en este lugar mandó hacer el príncipe, con dos culebras de plata, y cantoc por la flor, en memoria de lo sucedido; las cuales pintan los indios así en sus ropas como en los edificios. Desde entonces los Yngas las pintan por blasón en sus armas. No se pone el nombre de la flor, porque basta decir que para los desdichados el fin de una desgracia es principio de otra. Resta decir que el Tupa Amaro tuvo en su ñusta muchos hijos, que fueron muy valerosos, hallándose en la conquista y guerras que tuvo Guainacapac, hijo de Tupa Ynga Yupanqui.